Sunday, November 4, 2012


Viendo a Cristo en su Venida

Lecturas: 1ª Tes. 1:10, 2:19, 3:12-13, 4:15-18, 5:23-24.

Nosotros creemos que toda la Biblia nos revela a Cristo Jesús, y la primera carta a los Tesalonicenses no es una excepción. Podríamos denominar a esta carta como: Viendo a Cristo en su Parousía. La palabra parousía es la palabra griega que en esta carta se traduce como venida, o presencia.
Esta primera epístola a los Tesalonicenses es, según sabemos, la primera carta que Pablo escribió a las iglesias. Sabemos, de acuerdo con Hechos 16, que él y sus compañeros estaban viajando por Asia. El Espíritu de Dios no les permitió seguir hacia el norte ni al sur, por lo cual prosiguieron directamente hacia el oeste, hasta que llegaron a Troas, una ciudad portuaria. Allí, durante una noche, Pablo tuvo la visión de un varón macedónico pidiendo ayuda. A la mañana siguiente, el apóstol y sus compañeros concluyeron que aquello procedía del Señor, y entonces cruzaron el mar Egeo y fueron a Europa.
Era la primera vez que el evangelio de Jesucristo entraba a Europa. La primera ciudad donde Pablo y sus acompañantes estuvieron por algún tiempo fue Filipos. Sufrieron mucho allí. Pablo y Silas fueron hechos prisioneros a causa de la predicación del evangelio. Con todo, a través de esos dolores de parto de los apóstoles, fue levantada allí una iglesia, la primera en Europa.
A Pablo y Silas se les prohibió permanecer en Filipos; sin embargo, es bastante probable que Lucas, el médico amado, haya permanecido en la ciudad con el propósito de ayudar a aquella joven iglesia. Lucas debió ser de gran ayuda para la iglesia en Filipos.
Paulo, Silas y Timoteo siguieron adelante, hasta llegar a la próxima ciudad en Macedonia: Tesalónica. Ésta había sido fundada en 325 a. de C. por Casandro, quien le dio el nombre de su mujer, la cual era hermana de Alejandro Magno. Hoy, la ciudad es llamada Salónica. En esa época, Tesalónica era la capital de Macedonia.
A diferencia de Filipos, en Tesalónica había una sinagoga, pues muchos judíos residían allí. Pablo y sus compañeros entraron en la ciudad, y durante tres sábados argumentaron acerca de las Escrituras con los que allí asistían. Él les presentó al Señor Jesús, el cual, conforme a las Escrituras, debía sufrir y después de ello resucitar de los muertos, y que ese Jesús era el Cristo.
A causa de esa exposición en la sinagoga, sabemos que algunas personas vieron al Señor, entre ellos un número significativo de griegos, además de algunas mujeres. Los judíos se pusieron celosos y alborotaron a toda la ciudad contra Pablo y quienes estaban con él. Ellos fueron a casa de Jasón, donde Pablo estaba hospedado, y no encontrándolo allí, maltrataron a Jasón y a otros y los llevaron ante las autoridades locales.
Aquella misma noche, los hermanos en Tesalónica despidieron a Pablo secretamente. Él prosiguió con rumbo a Atenas, y allí esperó que Silas y Timoteo se le reuniesen nuevamente. Después de reencontrarse, siguieron juntos hasta Corinto. Antes de ir a Corinto, sin embargo, el apóstol envió a Timoteo de vuelta a Tesalónica.
La iglesia en Tesalónica nació a través de mucha aflicción y tribulación, y después que Pablo los dejó, la joven iglesia siguió sufriendo persecución, mas no de los judíos, sino de los griegos, los gentiles. Ellos sufrieron del mismo modo que las iglesias en Judea sufrieron a manos de los judíos. A causa del padecimiento de la joven iglesia en Tesalónica debido a sus compatriotas gentiles, Pablo estaba profundamente preocupado por ellos. En 1ª a los Tesalonicenses, vemos que él intentó volver a Tesalónica una vez, pero le estaba prohibido. Entonces, a causa de su gran preocupación por los hermanos, les envió a Timoteo. Puesto que Timoteo era más joven, probablemente no sería muy notado por la gente. De esta manera, Timoteo podía regresar a Tesalónica y visitar a la joven iglesia que estaba padeciendo tribulación.
Estando Pablo en Corinto, Timoteo regresó con buenas noticias: la joven iglesia había perseverado en el Señor, aunque había también entre ellos algunos problemas. De esa forma, Pablo escribió su primera carta a los tesalonicenses. Evidentemente, la escribió en Corinto no mucho después de su visita a Tesalónica, porque él acota: «separados de vosotros por un poco de tiempo» (2:17). Nótese la expresión: ‘por un poco de tiempo’.
Esta fue la primera carta que Pablo escribió. Por medio de ella, intentó consolarlos y alentarlos en el Señor. Como decíamos, la joven iglesia en Tesalónica fue fundada en medio de la aflicción y tribulación, y aún estaba bien fundamentada, porque ellos poseían los rasgos esenciales de la vida cristiana, tanto individual como colectivamente.
Hay tres cualidades esenciales de la vida cristiana que son de suprema importancia, ya sea desde el punto de vista individual (como cristiano) o colectivo (como iglesia): la fe, el amor y la esperanza. Ellos tenían obras de fe, pues se habían convertido de los ídolos a Dios; tenían obras de amor, pues servían al Dios vivo y verdadero, y tenían la perseverancia en la esperanza, pues aguardaban de los cielos al Hijo de Dios, a quien Dios había resucitado de entre los muertos. Aguardaban «a Jesús, que nos libra de la ira venidera».
Esa joven iglesia estaba sólidamente fundada, y a pesar de que continuaban en tribulación y aflicciones, ellos crecían en fe, en amor y en esperanza. Es un retrato muy hermoso de una joven iglesia.
Naturalmente, ellos también tenían algunos problemas, y el apóstol Pablo escribió esta primera carta para ellos con el fin de consolarlos y animarlos. Podríamos, sin embargo, hacernos la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible consolar y alentar a una joven iglesia que está pasando por tribulación? ¿Cuál será el mejor medio de consolarlos y animarlos?
En esta carta, Pablo nos muestra que la mejor manera de alentar a una iglesia que está sufriendo persecución es recordarles, llamar su atención, enfatizar y reforzar para ellos la venida de nuestro Señor, la parousía de Cristo.
En la historia de la iglesia de los primeros tres siglos, cuando la iglesia sufrió repetidamente persecuciones del imperio romano, estos cristianos se saludaban mutuamente diciendo: Maranata. Esta palabra significa: «El Señor viene», o «El Señor está viniendo». ¿Qué puede ser más alentador al corazón de las personas en tribulación o bajo persecución que el hecho de la venida del Señor?
Esto no sólo fue real en los primeros siglos de la historia de la iglesia, sino a lo largo de todos los siglos donde quiera que haya cristianos sufriendo persecución. En Europa, Asia, África, o dondequiera que sea, no importa el motivo, cuando los cristianos están siendo perseguidos, la certeza de que el Señor está viniendo en breve es aquello que nos fortalece más que cualquiera otra cosa.
Quiero compartir con ustedes un himno escrito por nuestro amado hermano Watchman Nee. Fue escrito después que los comunistas asumieron el poder en China, y de alguna manera expresa los sentimientos de los cristianos que son perseguidos. Fue escrito en idioma chino, y traducido posteriormente al inglés. Cuando el hermano Nee lo escribió, pienso que él estaba representando el sentimiento de todos los hermanos de aquella época.
Desde Betania
Desde Betania, en tu partida, 
nostalgia inmensa inundó mi ser;
no quisiera ya tocar mi arpa,
¿cómo hacerlo, si no estás aquí?
En la fría noche de mi soledad,
en sosiego pienso sólo en ti,
el tiempo ha pasado, y estás lejos,
mas tú prometiste regresar.

Sin hogar, recuerdo tu morada,
mirando a la cruz, no hallo reposo;
tú me recuerdas mi hogar futuro,
pero es a ti a quien más quiero encontrar.
Sin ti es pasajera mi alegría,
ni el cantar endulza mi vivir;
vacíos son mis días en tu ausencia;
¡Señor, te ruego, no te tardes más!

Aunque aquí de tu presencia goce,
de ti nostalgia siempre siento yo;
aun gozando de tu amor inmenso,
anhelo el día en que has de venir.
Aun teniendo paz me siento solo,
por ti suspiro en mi peregrinar;
jamás tendrá mi alma pleno gozo,
hasta que tu rostro pueda ver.

Con su tierra sueña el peregrino,
con su patria el desterrado, igual;
distante, piensa el novio en su amada,
y el hijo anhela el calor de hogar.
Así también anhelo ver tu rostro,
oh mi precioso amado Salvador.
¡Oh, si hoy pudiese ver tu rostro!
¿Hasta cuándo he de esperar, Señor?

Recuerda tu promesa, oh Amado,
ven pronto, atráeme hacia ti;
tantos días y años han pasado,
cansado estoy, acuérdate de mí.
Tus pisadas siento tan distantes,
¿cuánto tiempo aún ha de pasar?
Mi voz elevo a ti desde la noche:
¡No tardes, ven y llévame, Señor!

Los días y las noches van pasando;
y cuántos santos ya no están aquí;
tantos esperaron tu retorno,
y ya hace tiempo que duermen en ti.
Oh, mi Señor, ¿por qué no te presentas?
¿Qué espeso velo te oculta aún?
Son tantos los que amamos tu regreso,
la espera nos parece sin final.

Sé que tú también anhelas regresar
y alzarnos a tu gloria eternal;
por eso te pido no demores más;
ven de prisa y llévanos a Dios.
Oh, ven, Señor Jesús, tu iglesia clama,
¿No oyes de tu novia el suspirar?
Mirando al cielo, dice con nostalgia:
¡Amado mío, no tardes, vuelve ya!

(Traducción libre desde el portugués)
Así ha ocurrido siglo tras siglo. En un sentido, amados hermanos, el deseo, el anhelo por la venida del Señor es una señal muy clara de la existencia del primer amor. Pablo dice que nosotros somos como vírgenes puras apartadas para un solo esposo (2ª Corintios 11:2). De manera que, siendo una virgen pura, comprometida con aquel hombre perfecto, Cristo Jesús, ¿qué puede ser más expresivo, más representativo de aquel amor de la virgen por Cristo, que el deseo de su retorno?
Hoy, nuestro Señor Jesús no está con nosotros. Él está ausente. Sin embargo, es claro que, espiritualmente, él aún está con nosotros, pues él mismo dice: «No te desampararé ni te dejaré» (Heb. 13:5). Él está con nosotros en el Espíritu Santo que nos habita; por otro lado, sin embargo, podemos decir que hoy nuestro Señor Jesús está ausente. Él nos dejó hace dos mil años atrás, y ahora está en los cielos.
Si aún estamos en el primer amor, nosotros, como su iglesia, como aquella virgen pura, estamos anhelando verle en breve, verle cara a cara. Esa es una señal evidente del primer amor. Siempre que empezamos a pensar que él se está tardando, que no va a volver, estamos en verdad declarando que nuestro amor se ha enfriado.
En una parábola, nuestro Señor Jesús dijo que el siervo malo es aquél que dice que su Señor se está tardando, que no va a retornar. Por eso, comienza a vivir de manera descuidada, negligente e indisciplinada, bebiendo y maltratando a sus compañeros de servicio al Señor. No obstante, cuando nadie lo esperaba, el Señor regresó (Ver Mateo 25:48-51). Así, hermanos amados, a lo largo de los siglos, en el corazón de cada creyente donde existe el primer amor por el Señor Jesús, ha estado este deseo y ferviente anhelo por su retorno.
No hay nada de errado si los cristianos de cada generación, siglo tras siglo, esperan durante toda su vida por la vuelta del Señor, porque esto es una evidencia del primer amor. Especialmente cuando los cristianos están en tribulación, o sufriendo persecuciones, aquel anhelo, aquel deseo ferviente va en aumento, y la venida del Señor se convierte en un gran consuelo y motivo de aliento para los cristianos. Por eso, cuando Pablo escribió esta primera carta a la iglesia en Tesalónica, él menciona en cada capítulo la venida del Señor.
Bendita esperanza
«...y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1ª Tes. 1:10).
Cuando aquellos tesalonicenses se convirtieron de los ídolos a Dios, se puede decir que eso era parte de su pasado, pues en el presente ellos servían al Dios vivo y verdadero. O sea, tan pronto como una persona abandona los ídolos y se vuelve a Dios, sirve ahora al Dios vivo y verdadero. Es eso lo que nosotros deberíamos hacer, y en lo cual deberíamos estar ocupados.
Mientras estamos sirviendo al Señor, ciertamente habrá dificultades, oposición, tribulaciones y problemas; sin embargo, seremos capaces de perseverar, porque tenemos una bendita esperanza. Nosotros esperamos al Hijo de Dios que retornará desde los cielos, y cuando eso acontezca, él nos librará de la ira venidera.
Está escrito que nuestro Señor Jesús se ofreció una vez y para siempre para quitar los pecados de muchos; no obstante, él aparecerá por segunda vez «para salvar a los que le esperan» (Hebreos 9:28). Un día, la ira de Dios vendrá sobre esta tierra; mas, amados hermanos, antes de eso, nuestro Señor Jesús regresará y nos librará de la ira venidera. Él vendrá en la segunda vez sin relación con el pecado, porque nuestros pecados ya fueron perdonados. Es para salvación – Esa es nuestra bendita esperanza.
Dádiva de amor
«Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo» (1ª Tes. 2:19-20).
Pablo era como un padre para estos cristianos tesalonicenses; mas, al mismo tiempo, era como una madre para ellos. Él no sólo les predicó el evangelio, sino que también les dijo que voluntariamente les daba su propia vida. ¿Y cuál sería la recompensa por su trabajo? Él no estaba buscando una recompensa aquí y ahora. Por el contrario, él esperaba recibir su galardón cuando el Señor Jesús retornase. Sus ojos estaban fijos en aquel día cuando comparecería ante la presencia del Señor. Cuando esto sucediera, Pablo quería presentar a aquellos cristianos tesalonicenses como su dádiva de amor. Ellos eran la esperanza, alegría y corona en que Pablo se gloriaba.
Hermano amado, si tú amas al Señor, ciertamente te gustaría darle alguna cosa para expresar ese amor. Sin duda alguna, te gustaría saber qué es lo que más le agradaría a tu Señor. Nuestro Señor Jesús quiere, más que ninguna otra cosa, personas. Personas redimidas, perfeccionadas por su gracia. Y, si eso es lo que él desea más que cualquiera otra cosa, entonces es eso lo que tú debes darle como expresión de tu amor hacia él.
Ningún precio sería demasiado alto para el apóstol Pablo, si él tan sólo pudiese presentar aquellas personas a Cristo como expresión de su amor, y creo que ningún precio es demasiado alto para nosotros si tan sólo pudiéramos presentar personas perfectas y completas en Cristo, como expresión de nuestro amor. Eso será nuestra alegría, nuestra esperanza y la corona en que nos gloriamos.
Santidad
«Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos» (1ª Tes. 3:12-13).
En este capítulo, Pablo vuelve su atención a los tesalonicenses. Un día, en la venida del Señor, todos nosotros estaremos juntos ante su presencia. En esa ocasión, nos presentaremos con nuestros corazones confirmados en santidad, libres de culpa, delante de nuestro Dios y Padre.
Pablo dice que todos nosotros compareceremos ante el tribunal de Cristo, y seremos juzgados según nuestras obras. Recordemos, sí, que el tribunal de Cristo es diferente al juicio ante el gran trono blanco. No temamos. El juicio del gran trono blanco, como es descrito en Apocalipsis 19, es el juicio final. Es el juicio de todos aquellos que murieron a lo largo de todos los tiempos, y es un juicio de acuerdo con todas las obras que cada persona hizo durante su vida. Todo será juzgado ante el gran trono blanco.
Un trono se refiere a un proceso judicial. Es un gran trono blanco; el color blanco señala que el juicio es de total pureza. ¿Quién puede estar a la altura de tal enjuiciamiento? Es un juicio de vida o muerte, vida eterna o muerte eterna. La Biblia dice que, de acuerdo al designio de Dios, cada persona morirá, y después de eso sufrirá el juicio. Ese es el juicio que vendrá – el juicio ante el gran trono blanco, el juicio de vida eterna y de muerte eterna.
Mas, hermanos amados, aquellos que creyeron en el Señor Jesús nunca comparecerán ante aquel gran trono blanco, porque nuestro Señor Jesucristo tomó sobre sí ese enjuiciamiento en la cruz del Calvario. Cuando él estuvo en la cruz del Calvario, cargó nuestros pecados sobre su cuerpo, y allí fue juzgado en nuestro lugar. Él gustó la muerte en lugar de todo hombre, y por eso, tomó sobre sí mismo aquel enjuiciamiento en nuestro lugar. Por esa razón, no hay más juicio, no hay más condenación, para aquellos que están en Cristo Jesús. ¡Gracias a Dios por eso!
Sin embargo, eso no significa que no seremos juzgados. Nosotros aún seremos juzgados, mas no como una criatura en presencia de su Creador. Seremos juzgados como hijos en la familia de Dios, y ese juicio es llamado el juicio en el tribunal de Cristo. No es un trono, es un tribunal. La palabra griega usada para designar este tribunal es la palabra bema.
En la tradición oriental, había grandes familias o clanes. En cada clan había un cabeza de familia, que podía ser el abuelo o bisabuelo. De tiempo en tiempo, había un encuentro familiar, y en esas ocasiones toda la familia se reunía en una gran sala. En un lado de la sala había un lugar llamado bema, un sitio elevado, una especie de plataforma, y allí se sentaba el cabeza de familia, y todos los demás permanecían de pie delante de él. Los miembros que habían hecho cosas que traían honra a la familia, recibían elogios y recompensa. Sin embargo, los que habían hecho cosas que acarrearon desgracias a la familia, eran amonestados y aun disciplinados. Nadie más, sino los miembros de la familia, podía participar de aquella reunión.
Del mismo modo, amados hermanos, un día, en la venida de nuestro Señor Jesús, todos nosotros compareceremos delante del tribunal de Cristo. Él es nuestro hermano mayor, el cabeza de familia, y todos nosotros estaremos en pie delante de él para ser juzgados según aquello que hicimos mientras vivimos aquí en la tierra.
Recuerda, sin embargo, que ese juicio no determina si tú irás o no al cielo; no se refiere a vida eterna o muerte eterna, porque tú ya tienes la vida. Este juicio es para verificar si, como miembro de esa familia, tú trajiste gloria o trajiste vergüenza al nombre de la familia. En esa ocasión, serás juzgado a fin de recibir recompensa, o ver quemadas tus obras de heno, madera u hojarasca, aunque tú mismo seas salvo como por fuego (1ª Cor. 3:15).
En aquel día, cuando todos estemos reunidos en la presencia del Señor, ¿no será bueno si pudiésemos presentarnos delante de él irreprensibles en santidad y libres de culpa? Irreprensibles en santidad y exentos de culpa significa que en nuestro corazón estamos apartados para Dios.
Las Escrituras nunca predican una perfección sin pecado. Hay sólo un hombre perfecto, sin pecado, y ese hombre es nuestro Señor Jesús. No hay otro. Por tanto, en ese texto, Pablo no se está refiriendo a la perfección sin pecado, sino a un corazón perfecto delante de Dios, es decir, a una persona que en su corazón está totalmente separada para Dios.
Podemos recordar que David tenía un corazón perfecto delante de Dios. Ciertamente, David no era perfecto; mas, gracias a Dios, él tenía un corazón perfecto. Es eso lo que Dios busca en nosotros. ¿Tenemos nosotros un corazón perfecto para Dios? ¿O será que nuestro corazón está dividido? ¿Le amamos realmente con todo nuestro corazón, aunque algunas veces fallemos y cometamos yerros? En nuestro corazón, ¿vivimos totalmente para él? ¿Realmente nuestro corazón le pertenece? Es eso lo que él está buscando.
Cuando Dios juzgue nuestras obras, lo hará de acuerdo con el corazón de cada uno de nosotros, porque Dios no es como el hombre, que juzga según las apariencias. ¡Qué gozo será si, por la gracia de Dios, comparecemos delante de él con un corazón en santidad, exentos de culpa!
Resurrección
En el capítulo 4 de esta epístola, verificamos que aquellos creyentes tenían un problema. Después que Pablo se fue, algunos de los nuevos creyentes fallecieron. Los tesalonicenses estaban esperando la venida del Señor, y ese problema surgió porque ellos no entendían la verdad. Ellos pensaban que aquellos que murieron habían perdido la oportunidad de ser participantes de la venida del Señor, o pensaban aun que los que habían muerto quedarían en segundo lugar en relación a los que estuviesen vivos en ocasión de la venida del Señor. Por tal razón, ellos estaban confundidos.
Pablo, en consecuencia, trató de consolar sus corazones con la verdad, diciendo: «Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor...» (v. 15). Sin embargo, nosotros no podemos hallar en los evangelios una palabra del Señor sobre eso. No hay registro alguno. ¿Cómo era posible, entonces, que Pablo se refiriera a la palabra del Señor? Puede ser que Pablo recibió una revelación directa del Señor (lo cual a menudo ocurre con él), o había alguna tradición oral divulgada y aceptada entre los discípulos – sin estar escrita, pero aceptada como si lo estuviese.
Una de estas posibilidades es verdadera. Hay una palabra del Señor, existe una verdad acerca de este asunto, y la cuestión es: aquellos que durmieron en Cristo, cuando sea la venida del Señor, resucitarán primero. O sea, habrá una resurrección, y aquellos que viven, los que quedaron, serán entonces arrebatados juntamente con ellos hasta las nubes, para encontrarse con el Señor en los aires, y así estaremos para siempre con el Señor (1ª Tes. 4:16-17).
Aquel problema, por lo tanto, estaba solucionado. Aquellos que no pudieron esperar hasta que el Señor viniese, y durmieron, es decir, aquellos que murieron, serán resucitados, y entonces aquellos que viven y que quedaron serán arrebatados juntamente con ellos hasta las nubes, al encuentro del Señor en los aires. «Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras».
Guardados irreprensibles
«Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1ª Tes. 5:23-24).
¿Cuál es la voluntad de Dios para nosotros? La voluntad de Dios para nosotros es que nuestro espíritu, alma y cuerpo sean guardados irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesús. El Señor Jesús está viniendo, y él desea que nos hayamos conservado íntegros cuando él llegue. No sólo en nuestro espíritu, sino también nuestra alma, e incluso nuestro cuerpo.
Conservar nuestro espíritu irreprensible significa tener nuestro espíritu lleno del Espíritu Santo. Nuestro espíritu es uno con el Espíritu Santo. Nosotros no lo contristamos, no lo despreciamos, no lo apagamos, sino que estamos llenos del espíritu Santo, y somos gobernados por él. Guardar nuestra alma irreprensible significa que amamos al Señor de todo corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra inteligencia. Asimismo, nuestro cuerpo es guardado irreprensible en la medida que lo presentamos como sacrificio vivo, y nos entregamos al Señor para hacer su voluntad a lo largo de nuestros días sobre esta tierra.
Hermanos, esta es la voluntad de Dios para nosotros. Es verdad que nosotros mismos no podemos guardarnos irreprensibles; pero él puede. «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo». Él es capaz de conservarnos íntegros. Nuestro Señor Jesús tiene el poder, no sólo para salvarnos, sino para salvarnos completamente. Nuestro Salvador es aquel que nos guarda. Él nos dio su vida, nos dio su Santo Espíritu, y por la gracia de Dios, él es capaz de guardarnos hasta aquel día. Pablo dice: «...porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2ª Tim. 1:12).
Nuestra parte es entregarnos a él para que él nos guarde, nos conserve íntegros. Los santos se guardan irreprensibles, no porque se guardan o se conservan a sí mismos. Lo que ocurre, en verdad, es que nosotros nos entregamos a él, y es él quien nos guarda y nos conserva íntegros. Dios es quien nos llama, y él es fiel, él es capaz. ¡Qué consolador es esto!
La venida del Señor
Finalmente, quisiera compartir con ustedes con respecto a la parousía de Cristo, la venida del Señor. La palabra venida en la carta a los Tesalonicenses es la palabra griega parousía. Varias palabras griegas fueron traducidas al portugués con la palabra venida. Sin embargo, la palabra parousía es usada especialmente en las dos epístolas a los tesalonicenses. En realidad, el vocablo es usado veinticuatro veces en el Nuevo Testamento; siete veces en relación al hombre y diecisiete veces en relación a Cristo.
Parousía, del griego para (con, junto) y ousía (estar, ser). Significa simplemente presencia. La palabra incluye en su significado la idea de una llegada y, consecuentemente, la presencia. De acuerdo con los especialistas en lengua griega, el término se refiere al período dentro del cual ocurre una serie de eventos, y no sólo a un único acontecimiento. Esto es muy importante para que comprendamos bien cómo va a ocurrir la segunda venida de nuestro Señor Jesús, porque hoy en día hay mucha confusión entre el pueblo de Dios sobre este asunto.
Probablemente hemos oído muchas veces esta pregunta: «¿Cuándo va a volver el Señor? ¿Falta aún que se cumplan algunas profecías antes que él regrese, o puede venir en cualquier momento?». En mi opinión, esta es una pregunta muy práctica. Pues si hay alguna profecía que deba ser cumplida antes de la venida del Señor, nosotros necesitamos poner nuestra atención en las profecías, y no en la venida del Señor. ¿Por qué? Porque entonces él no podría venir sin que antes se cumpliesen tales profecías. Por otra parte, si el Señor Jesús puede volver en cualquier momento, aun si algunas profecías no estuviesen cumplidas, entonces nosotros tenemos que estar atentos a Jesús y no a los eventos.
¿Qué estamos vigilando nosotros? Temo que la mayoría de los creyentes de hoy están atentos, esperando los eventos que acontecen, para ver si las profecías están siendo cumplidas. Es evidente que yo creo en las profecías. Creo que todas ellas se cumplirán, mas el Señor nos ordena velar y esperarle a él. Nosotros tenemos que mirar a Jesús y no a los eventos, porque nadie sabe cuándo él estará regresando. El Señor mismo dice: «Nadie sabe». Nadie sabe la hora, nadie sabe la fecha, nadie conoce la época; sólo el Padre. Por lo tanto, no intentes saber eso.
En la historia de la iglesia, muchas personas han intentado saber cuándo vendría el Señor, y todas sus tentativas fracasaron; se equivocaron una y otra vez. En nuestros días, hay personas que dicen: «Bueno, ¿no son siete las dispensaciones? La última dispensación es de mil años, y nosotros estamos llegando al fin de seis mil años, por lo tanto...». Puede haber alguna lógica en ese razonamiento, pero no empieces a divagar. Nadie sabe cuándo él volverá.
Entretanto, él dice una cosa: «...cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca...» (Mat. 24:33). Una cosa, sin embargo, nos es permitido saber: podemos conocer, de un modo general, las características de la época que precede a su venida.
Hermanos, ¿saben ustedes que, de un modo general, ya estamos viviendo las características de la época que precede a su venida? Al leer Mateo 24, vemos que está escrito: «Y oiréis de guerras y rumores de guerras ... y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores ... pero aún no es el fin». Es decir, cuando percibas en el mundo entero la ocurrencia de guerras, rumores de guerras, hambres, pestilencias, terremotos y todos esos acontecimientos, sabrás que el mundo está sufriendo dolores de parto; algo está por nacer.
Cuando una mujer está con dolores de parto, sabe que está próximo el nacimiento, pero aun puede ser una falsa alarma. Sin embargo, aunque sea una falsa alarma, es una indicación de que el nacimiento no va a demorar mucho, y cuanto más cercana está la hora, más intensos y más frecuentes son los dolores.
Desde la ocasión en que nuestro Señor Jesús profirió esas palabras en el monte de los Olivos, hasta nuestros días, han transcurrido casi dos mil años, y esas cosas vienen aconteciendo sucesivamente, de manera cada vez más intensa y con creciente frecuencia, como los dolores de parto. Hay una labor cada vez más intensa; mas, ¿para qué? Una mujer que espera un hijo no trabaja en vano, sino para que nazca la criatura. En Apocalipsis 12, aquella mujer está en labor de parto, y un hijo varón va a nacer. El mundo ya ha trabajado de más; el nacimiento está cerca.
El Señor Jesús dice en Mateo 24: «Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre». La palabra venida, en este pasaje, es la palabra griega parousía. ¿Alguien discute que las características de la época en la cual estamos viviendo hoy son las mismas que en los días de Noé? Esta época se está volviendo invariablemente cada vez más parecida a los días de Noé: la situación moral, la corrupción, el derramamiento de sangre, la perversidad y los propios pensamientos de las mentes son continuamente malos. La situación de nuestra época, ¿no demuestra que se aproxima la venida de nuestro Señor?
El Señor dice: «De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas». Sabemos que la higuera representa a la nación judía. Durante dos mil años, ellos fueron un pueblo sin un territorio, sin un gobierno. Dios los preservó a través de las persecuciones por dos mil años, y repentinamente, en 1948, la nación de Israel fue establecida – las ramas tiernas y las hojas brotando... «conoced que está cerca, a las puertas».
En Lucas 21, el Señor Jesús dice: «Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan». Si nuestra interpretación es correcta, entonces, en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, Jerusalén salió de las manos de los gentiles y pasó por primera vez a manos de los judíos. ¿Significará esto que el tiempo de los gentiles se ha cumplido?
Hermanos, observen a todos los lugares del mundo: la situación política, económica, moral, la situación de la cristiandad... Ustedes no tendrán sino que concluir que estamos viviendo en aquella atmósfera de la época de la parousía de Cristo. En verdad, hay muchas profecías que han de cumplirse aún; sin embargo, la parousía significa un período de tiempo que cubre una serie de eventos, en lugar de un hecho único. En este sentido, entonces, todas las profecías que preceden el inicio de la parousía ya se cumplieron.
Este asunto me conmueve profundamente, porque yo amo la venida del Señor. No es nuestro propósito en este capítulo entrar en muchos detalles sobre este asunto; sin embargo, una cosa se puede afirmar de modo muy claro y simple: un día, amados hermanos –puede ser hoy o mañana, o dentro de diez años– un grupo, un determinado número de personas, desaparecerá repentinamente.
«Os digo que en aquella noche estarán dos en una cama; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una será tomada, y la otra dejada. Dos estarán en el campo; el uno será tomado, y el otro dejado» (Luc. 17:34-36). ¿Por qué está escrito de esa manera? Porque la tierra es redonda. Mientras en algunos lugares es de noche, en otros es la mañana, y en otros es mediodía. Descubrimos por tanto que, simultáneamente, algunos dentro del pueblo de Dios serán tomados de esta tierra. La palabra tomados es la misma traducción de la palabra griega usada en Hechos capítulo 1, donde está escrito que nuestro Señor fue elevado a las alturas.
Pero, ¿quién será tomado? ¿Cómo sabremos quién será tomado y quién será dejado? Exteriormente, no hay diferencia. Dos estarán en la cama, por lo tanto, tú no debes tener miedo de ir a dormir, porque si eres uno de los que han de ser tomado, serás tomado. De la misma manera, no abandones tu trabajo. Continúa trabajando, porque si eres uno de los que ha de ser tomado, serás tomado aunque estés trabajando.
Exteriormente, entonces, todo estará ocurriendo normalmente; pero el Señor conoce el corazón del creyente. Aquellos cuyos corazones son enteramente para él, que están atentos, esperando por él, preparados para su venida, viviendo como vencedores, ésos serán tomados. Este es el comienzo de la parousía. La señal del inicio de la parousía es el arrebatamiento de los vencedores. Ellos serán como el hijo varón, arrebatados para el trono donde está Cristo. Ellos lo acompañarán cuando él venga desde el trono a los aires. ¡Qué gran privilegio será éste!
Después de eso, habrá una batalla en los cielos. Miguel y sus ángeles pelearán contra Satanás y sus ángeles, porque los aires son el cuartel general de las potestades de las tinieblas. No habrá más lugar para Satanás. Entonces él y sus seguidores serán lanzados desde los aires a la tierra. Los aires serán despejados para que el Señor, acompañado de aquel grupo de vencedores, descienda del trono hasta los aires.
Por otra parte, ¿qué podemos esperar cuando Satanás sea arrojado sobre la tierra? Sabemos que en esa ocasión, un trío maligno estará sobre la tierra: Satanás, el falso profeta y el anticristo. ¿Qué podemos esperar, sino una gran tribulación? Muchos creyentes que aún no están listos hoy, tendrán que ser preparados a través de la Gran Tribulación.
En toda sementera de trigo, hay un área que es segada primero: es la parte que recibió más luz del sol. El trigo sembrado allí madura, se seca, primero, y por eso es desprendido de la tierra antes que el restante. Así, los primeros frutos, las primicias, serán recogidos antes, y de acuerdo con la ley de Moisés, un manojo será presentado a Dios en el templo. Es lo mejor de la siega, y también la garantía de que habrá una cosecha. Estos son los vencedores. Los demás requieren aún recibir más luz del sol, más calor, para secarse y ser desprendidos de la tierra.
Entonces, finalmente, de acuerdo con Apocalipsis 14, aquel varón en la nube, con una corona de oro sobre su cabeza, toma su hoz y efectúa la cosecha. Recoge y lleva para las nubes. Es eso lo que tenemos en 1ª Tesalonicenses capítulo 4: «...los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado...». O sea, habrá quienes estarán vivos, mas no quedaron, porque ya fueron alzados. Mas aquellos que estarán vivos y quedaron, serán llevados juntos hacia arriba, no hacia el trono, sino hacia los aires. Encontrarán al Señor en los aires, lugar donde será establecido el tribunal de Cristo.
Después de pasar el tribunal de Cristo, entonces el Señor vendrá de los aires a la tierra con su ejército. Habrá una gran batalla, la batalla de Armagedón. Se ha hablado mucho acerca de esta batalla. No es una batalla de nación contra nación, sino entre Cristo y el anticristo. Ese es el final de la parousía. La señal inicial de la parousía es su venida como ladrón, la señal final de la misma es su venida como el relámpago que sale del oriente y se muestra en el occidente, cuando todo ojo le verá.
Cuando nuestro Señor Jesús fue tomado a los cielos y los discípulos estaban mirando hacia lo alto, aparecieron dos varones con vestiduras blancas, que les dijeron: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hech. 1:11). En otras palabras, el modo por el cual ascendió es el mismo por el cual él va a reaparecer.
En su asunción hubo dos etapas: la primera, desde el monte de los Olivos hasta las nubes, en forma visible; la segunda, desde las nubes hacia el trono, de forma invisible. Su presencia se dará de la misma manera, en orden inverso. Del trono a las nubes, de forma invisible, y desde las nubes al monte de los Olivos, visiblemente. Todo el período en que ocurren estos eventos es llamado parousía – la llegada y presencia del Señor.
Amados hermanos, si ustedes aman al Señor Jesús, ustedes aman su presencia. Si hoy leemos aquel poema, aquel himno escrito por nuestro hermano Nee, podemos ahora mismo disfrutar espiritualmente de su presencia, aunque, de alguna forma, aún hay en nuestro corazones un anhelo de ver su rostro, y sabemos que cuando le veamos cara a cara, seremos como él es. ¡Sí, ven, Señor Jesús!


LO QUE ENSEÑA EL NUEVO TESTAMENTO


LO QUE ENSEÑA EL NUEVO TESTAMENTO

Jesús
A. JESÚS ES EL HIJO DE DIOS
Dos mil años atrás, apareció un hombre en el escenario de la historia. Él nació en el mundo y creció hasta la vida adulta exactamente como cualquier otra persona. Pero este hombre era diferente a cualquier otro. Él no fue uno ordinario.
Una virgen concibió del Espíritu Santo y lo trajo al mundo. Era Dios hecho hombre, quien vino a la tierra en apariencia humana. Fue el "Hijo de Dios" (Lc 1:26-35).
"En el principio era el Verbo [Jesús] y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios…Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros [y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre], lleno de gracia y de verdad" (Jn 1:1, 14).
B. JESÚS VINO AL MUNDO PARA UN PROPÓSITO ESPECIAL
1. Para Rescatar A La Humanidad Del Poder De Satanás
"Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lc 19:10). Lea también Colosenses 1:13.
2. Para Dar Su Vida En Rescate Por La De Nosotros
"…el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20:28).
3. Para Destruir Las Obras De Satanás En Nuestras Vidas
"El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3:8).
4. Para Darnos Vida Eterna
"Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1 Jn 5:11, 12). Lea también Juan 3:16, 17 y Juan 10:10.
5. Para Darnos Un "Nuevo Nacimiento" Dentro De La Familia De Dios
"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Jn 1:12). Lea también 1 Juan 3:1, 2.
6. Para Restaurar Nuestra Amistad Con Dios El Padre
"lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1:3).
C. JESÚS VINO PARA MOSTRARNOS COMO ES DIOS
"Si me conocieseis [a Jesús], también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras" (Jn 14:7-11). Lea también Juan 1:18.
1. El Nos Mostró El Amor De Dios
"En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4:9, 10). Lea también Romanos 5:8.
2. Él Nos Mostró El Poder De Dios
a. Él Sanó A Los Enfermos, Los Cojos Y Los Ciegos. "Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó" (Mt 4:24). Lea también Juan 9:1-7.
b. El Lanzaba Fuera Los Espíritus Del Mal. "Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían" (Mr 1:34). Lea también Marcos 5:1-17.
c. Cristo Ejecutó Milagros. "Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba... [Jesús] levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. [Sus discípulos] temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?" (Mr 4:37-41).
d. El Resucitaba A Los Muertos. "…Jesús clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir" (Jn 11:43, 44).
D. JESÚS COMPARTIÓ NUESTROS SUFRIMIENTOS EN SU VIDA
Durante Su vida sobre la tierra, Jesús experimentó todos los sufrimientos de la vida que nosotros padecemos, y es por tal razón, que él comprende cómo nos sentimos.
"Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (He 4:15). Lea también Mateo 8:17.
E. JESÚS MURIÓ EN LA CRUZ POR NOSOTROS
Los impíos tomaron al Señor Jesús y lo ejecutaron al clavarle en una cruz de madera como un criminal común.
Él podía salvarse a Sí mismo, pero no lo hizo, ya que era a través de su muerte sobre la cruz, que Dios iba a salvar al mundo. Jesús murió por nosotros (Mr 15:16-39).
"quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados" (1 P 2:24). Lea también Isaías 53:5, 6.
F. JESÚS FUE LEVANTADO DE LOS MUERTOS POR NOSOTROS
¡Después de tres días de enterrado en una tumba, Dios levantó a Su hijo de los muertos! (Lea Mateo 28). ¡También hizo esto por nosotros!
"Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo…y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús…" (Ef 2:4-6). Lea también Romanos 6:4.
G. JESÚS ABRIÓ LA PUERTA DE LOS CIELOS PARA NOSOTROS
Cuando su obra sobre la tierra fue concluida, Jesús regresó al cielo para sentarse a la diestra del Padre. También hizo esto por amor a nosotros, ya que abrió el camino hacia la presencia de Dios para nosotros, donde podemos ir a morar para siempre.
"Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura" (He 10:19-22). Lea también Juan 14:1.3.
MI DECISIÓN
Hoy reconozco que Jesús es el Hijo de Dios y que Él vino al mundo para satisfacer mi gran necesidad de un Salvador. También les contaré a otros que Él vino al mundo con el mismo fin para ellos.

La Persona Del Cristo Encarnado


La Persona Del Cristo Encarnado

La declaración sobre la persona del Cristo encarnado formulada en el Concilio de Calcedonia (451 A.D.) Ha sido considerada la definitiva por la cristiandad ortodoxa. Lee así:
“Por tanto, siguiendo a los santos padres, todos nosotros de común acuerdo le enseñamos a los hombres que reconozcan a uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, a la vez completo en Su deidad y completo en Su humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, consistente en un alma y un cuerpo razonable; de una sustancia con el Padre tocante a su divinidad, y a la vez de una sustancia con nosotros tocante a su humanidad; igual a nosotros en todo respecto excepto el pecado; en cuanto a Su deidad, unigénito del Padre antes de las edades, pero en cuanto a Su naturaleza humana, engendrado, para nosotros los hombres y para nuestra salvación, de la virgen María, la que llevó en su seno a Dios; el uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor Unigénito, reconocido en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación; la distinción de las dos naturales en ninguna manera anulada por la unión, sino más bien las características de cada naturaleza preservadas y unidas para formar una Persona y subsistencia, no como divididas o separadas en dos personas, sino uno y el mismo Hijo y unigénito Dios el Verbo, Señor Jesucristo; aun como los profetas hablaron de Él desde los tiempos más primitivos, y como el Señor Jesucristo mismo nos enseñó, y el credo de los padres nos ha sido transmitido”. En forma más concisa uno puede describir la persona de Cristo encamado como completa Deidad y perfecta humanidad unidas sin mezcla, cambio, división, ni separación en una Persona para siempre. Los componentes clave de la descripción incluyen “completa Deidad” (ninguna disminución de algún atributo de la Deidad), “perfecta humanidad” (“perfecta” en vez de “plena” para enfatizar Su impecabilidad), “una Persona” (no dos), y “para siempre” (porque retiene un cuerpo, aunque resurrecto, Hechos 1:11; Apocalipsis 5:6).
I. DIOS EL HIJO: SU PREEXISTENCIA
Siendo al mismo tiempo perfectamente humano y perfectamente divino, el Señor Jesucristo es semejante y a la vez distinto a los hijos de los hombres. Las Escrituras son muy claras respecto a la semejanza de Él con los humanos (Jn. 1:14; 1 Ti. 3:16; He. 2:14-17), y lo presentan como a un hombre que nació, vivió, sufrió y murió entre los hombres. Pero de igual manera la Biblia enseña que Él es diferente a nosotros, no solamente en el carácter impecable de su vida terrenal, en su muerte vicaria y en su gloriosa resurrección y ascensión, sino también en el hecho maravilloso de su preexistencia eterna.
En cuanto a su humanidad, Él tuvo principio, pues fue concebido por el poder del Espíritu Santo y nació de una virgen. En cuanto a su divinidad, Él no tuvo principio, pues ha existido desde la eternidad. En Isaías 9:6 leemos: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado.» La distinción es obvia entre el niño que nació y el Hijo que nos es dado. Así también en Gálatas 4:4 se declara: «Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley.» El que existía desde la eternidad, llegó a ser, en la plenitud del tiempo, «nacido (la descendencia) de mujer». Declarando que Cristo fue preexistente, meramente se afirma que Él existió antes de que se hubiera encarnado, puesto que todos los propósitos también afirman que Él existía desde toda la eternidad pasada. La idea de que Él era preexistente sólo en el sentido de ser el primero de todos los seres creados (la así llamada herejía arriana del siglo IV) no es una enseñanza moderna. Así las pruebas de su preexistencia y las pruebas para su eternidad pueden ser agrupadas juntas. Es también evidente que si Cristo es Dios, Él es eterno, y si Él es eterno, Él es Dios, y las pruebas para la deidad de Cristo y su eternidad se sostienen unas a otras.
La eternidad y deidad de Jesús es establecida por dos líneas de revelación: 1ª.) Declaraciones directas, y 2ª.) Implicaciones de la Escritura.
A. DECLARACIONES DIRECTAS DE LA ETERNIDAD Y DEIDAD DEL HIJO DE DIOS
La eternidad y deidad de Jesucristo están sostenidas en una vasta área de la Escritura, la cual afirma su infinita Persona y su existencia eterna igual con las otras Personas de la Trinidad. Este hecho no es afectado por su encarnación.
La Escritura declara en Juan 1:1-2: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.» De acuerdo a Miqueas 5:2: «pero tú, Belén Efrata, pequeño para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.» Isaías 7:14 afirma su nacimiento virginal y le da el nombre de Emanuel, lo cual significa «Dios con nosotros». De acuerdo a Isaías 9:6-7, aunque Jesús fue un niño nacido, Él fue también dado como un Hijo y es llamado específicamente «el Dios fuerte». Cuando Cristo declaró en Juan 8:58: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy», los judíos entendieron que esto era una afirmación de la deidad y la eternidad (cf. Ex. 3:14; Is. 43:13). En Juan 17:5, Cristo, en su oración, declaró: «Ahora, pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (cf. Jn. 13:3). Filipenses 2:6-7 dice que Cristo fue «en forma de Dios» antes de su encarnación. Una declaración más explícita se hace en Colosenses 1:15-19, donde se declara que Jesucristo es, antes de toda la creación, el Creador mismo, y la imagen exacta del Dios invisible. En 1 Timoteo 3:16 se declara a Jesucristo como «Dios… manifestado en carne». En Hebreos 1:2-3 el hecho de que el, Hijo es el Creador y la exacta imagen de Dios se declara nuevamente, y su eternidad se afirma en 13:8 (cf. Ef. 1:4; Ap. 1:11). La Escritura declara muy a menudo que Cristo es eterno y que Él es Dios. La educación contemporánea, la cual acepta la Biblia como la autoridad irresistible con excepción de algunas sectas-, afirma la eternidad y deidad de Cristo.
B. IMPLICACIONES DE QUE EL HIJO DE DIOS ES ETERNO
La Palabra de Dios constante y consistentemente implica la preexistencia y eternidad del Señor Jesucristo. Entre las pruebas obvias de este hecho pueden resaltarse varias:
1. Las obras de la creación son adjudicadas a Cristo (Jn. 1:3; Col. 1:16; He. 1:10). Por lo tanto, Él antecede a toda la creación.
2. El Ángel de Jehová, cuya apariencia se recuerda a menudo en el Antiguo Testamento, no es otro que el Señor Jesucristo. Aunque Él aparece algunas veces como un ángel o aun como un hombre, Él lleva las marcas de la deidad. Él apareció a Agar (Gn. 16:7), a Abraham (Gn. 18:1; 22:11-12; véase Jn. 8:58), a Jacob (Gn. 48:15-16; véase también Gn. 31:11-13; 32:2432), a Moisés (Ex. 3:2, 14), a Josué (Jos. 5:13-14) y a Manoa (Jue. 13:19-22). Él es quien lucha por los suyos y los defiende (2 R. 19:35; 1 Cr. 21:15-16; Sal. 34:7; Zac. 14:1-4).
3. Los títulos adjudicados al Señor Jesucristo indican la eternidad de su Ser. Él es precisamente lo que sus nombres sugieren. Él es «el Alfa y Omega», «el Cristo», «Admirable», «Consejero», «Dios fuerte», «Padre eterno», «Dios», «Dios con nosotros», el «gran Dios y Salvador» y «Dios bendito para siempre». Estos títulos identifican al Señor Jesucristo con la revelación del Antiguo Testamento acerca de Jehová-Dios (compárese Mt. 1:23 con Is. 7:14; Mt. 4:7 con Dt. 6:16; Mr. 5:19 con Sal. 66:16, y Sal. 110:1 con Mt. 22:42-45). Además, los nombres que el Nuevo Testamento le da al Hijo de Dios se hallan íntimamente relacionados con los títulos del Padre y del Espíritu, lo que indica que Cristo está en un plano de igualdad con la Primera y la Tercera Personas de la Trinidad (Mt. 28:19; Hch. 2:38; 1 Co. 1:3; 2 Co. 13:14; Jn. 14:1; 17:3; Ef. 6:23; Ap. 20:6; 22:3), y explícitamente Él es llamado Dios (Ro. 9:5; Jn. 1:1; Tít. 2:13; He. 1:8).
4. La preexistencia del Hijo de Dios se sobreentiende en el hecho de que Él tiene los atributos de la Deidad: Vida (Jn. 1:4), Existencia en sí mismo (Jn. 5:26), Inmutabilidad (He. 13:8), Verdad (Jn. 14:6), Amor (1 Jn. 3:16), Santidad (He. 7:26), Eternidad (Col. 1:17; He. 1:11), Omnipresencia (Mt. 28:20), Omnisciencia (1 Co. 4:5; Col. 2:3) y Omnipotencia (Mt. 28:18; Ap. 1:8).
5. De igual manera, la preexistencia de Cristo se sobreentiende en el hecho de que Él es adorado como Dios (Jn. 20:28; Hch. 7:59-60; He. 1:6). Por lo tanto, se concluye que siendo el Señor Jesucristo Dios, Él existe de eternidad a eternidad. Este capítulo, que recalca la Deidad de Cristo, debe estar inseparablemente relacionado con el que sigue, en el cual se da énfasis a la humanidad del Hijo de Dios, realizada a través de la encarnación.

La Perfecta Humanidad Del Cristo Encarnado


La Perfecta Humanidad Del Cristo Encarnado

Las negaciones de la humanidad de Cristo son menos comunes que las de Su Deidad. ¿Por qué? Porque mientras que uno no introduce el factor de la Deidad en la persona de Cristo, El es solamente un hombre, por muy fino o exaltado que sea, y como hombre no puede inquietar a las personas con Sus demandas como lo hace siendo el Dios-Hombre. Sin embargo, aquellos que están dispuestos a afirmar su humanidad puede que no estén tan prestos a afirmar su humanidad perfecta.
Quizás lo reconozcan como un hombre bueno (¿podría serlo si mintió?) o un gran hombre (¿cómo lo sería si engañó a otros?) pero no como hombre perfecto (porque entonces se sentirían más obligados a escucharle aun cuando no lo reconocieran como Dios).
A. Tuvo cuerpo humano
Aunque la concepción de Cristo fue sobrenatural, El nació con un cuerpo humano que creció y se desarrolló (Lucas 2:52). Y se llamó a sí mismo un hombre (Juan 8:40).
El hecho de que Jesús tuviera un cuerpo humano como nosotros lo podemos ver en muchos pasajes de las Escrituras. Nació de la misma manera que nacen todos los demás seres humanos (Lc 2:7). Creció como niño hasta llegar a la edad adulta como todos los niños lo hacen. «El niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba» (Lc 2:40). Además, Lucas nos dice que «Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente» (Lc 2:52). Jesús se cansaba como todos nosotros, porque leemos que «Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo» Gn 4:6) en Samaria. Sintió sed, porque cuando estaba en la cruz dijo: «Tengo sed» Gn 19:28). Después de haber ayunado durante cuarenta días en el desierto, leemos que «tuvo hambre» (Mt 4:2). A veces se sintió físicamente débil, porque durante el tiempo de sus tentaciones en el desierto ayunó por cuarenta días (hasta el punto cuando la fortaleza física de las personas se agota por completo y puede suceder un daño irreparable si continúa el ayuno). En ese tiempo «unos ángeles acudieron a servirle» (Mt 4:11), y aparentemente cuidaron de él y le proveyeron de sustento hasta que recuperó sus energías para salir del desierto. Cuando Jesús estaba de camino al Gólgota para ser crucificado, los soldados obligaron a Simón de Cirene a que llevara la cruz (Lc 23:26), muy probablemente debido a que Jesús se encontraba tan debilitado después de los latigazos que le habían dado que ya no contaba con fuerzas para llevarla él mismo. La culminación de las limitaciones de  Jesús en términos de su cuerpo físico la vemos cuando murió en la cruz (Lc 23:46). Su cuerpo humano cesó de tener vida y cesaron sus funciones, lo mismo que en nuestros cuerpos cuando morimos. Jesús también resucitó de entre los muertos en un cuerpo físico, humano, aunque uno que era perfecto y ya no estaba sujeto a las limitaciones de la debilidad, la enfermedad o la muerte. Les demostró repetidas veces a sus discípulos que tenía un cuerpo físico auténtico: él dijo: «Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo» (Lc 24:39). Les mostró y les enseñó que tenía «carne y huesos» y que no era solo un «espíritu» sin cuerpo. Otra evidencia de esto lo vemos en que ellos «le dieron un pedazo de pescado asado, así que lo tomó y se lo comió delante de ellos» (Lc 24:42; cf. v. 30;Jn20:17, 20, 27; 21:9,13).
En este mismo cuerpo humano (aunque era un cuerpo resucitado que ya era perfecto), Jesús también ascendió al cielo. Dijo antes de dejarlos: «Ahora dejo de nuevo el mundo y vuelvo al Padre» Gn 16:28; cf. 17:11). La manera en que Jesús ascendió al cielo fue calculada para demostrar la continuidad entre su existencia en un cuerpo físico aquí en la tierra y la continuidad de su existencia en ese cuerpo en el cielo. Unos pocos versículos más tarde que cuando Jesús les dijo: «Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo» (Lc 24:39), leemos en el Evangelio de Lucas que Jesús «los llevó hasta Betania; allí alzó las manos y los bendijo. Sucedió que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo» (Lc 24:50-51). Asimismo, leemos en Hechos: «Mientras ellos lo miraban, fue llevado a las alturas hasta que una nube lo ocultó de su vista» (Hch 1:9). Todos estos versículos tomados juntos muestran que, en lo concerniente al cuerpo humano de Jesús, era como el nuestro en todos los sentidos antes de la resurrección, y después de su resurrección era todavía un cuerpo humano con «carne y huesos», pero hecho perfecto, la clase de cuerpo que nosotros tendremos cuando Cristo regrese y nos resucite también de entre los muertos” Jesús sigue existiendo en ese cuerpo en el cielo, como la ascensión tiene el propósito de enseñarnos.
B. Tuvo alma y espíritu humanos
La humanidad perfecta de nuestro Señor incluyó una naturaleza inmaterial perfecta tanto como una material. No que la naturaleza humana le proveyó a Cristo el cuerpo mientras que la naturaleza divina consistía de alma y espíritu. La humanidad era completa e incluía tanto los aspectos materiales como los inmateriales (Mateo 26:38; Lucas 23:46).
C. Exhibió las características de un ser humano
Nuestro Señor tuvo hambre (Mateo 4:2). Tuvo sed (Juan 19:28). Se cansó (4:6). Experimentó el amor y la compasión (Mateo 9:36). El lloró (Juan 11:35). Fue probado (Hebreos 4:15). Estas son las características de la genuina humanidad.
D. Fue llamado por nombres humanos
Su designación favorita de Sí mismo era “Hijo del Hombre” (Más de ochenta veces). Este nombre lo vinculaba con la tierra y con su misión terrenal. Hacía hincapié en Su humildad y humanidad (Mateo 8:20); en Su sufrimiento y muerte (Lucas 19:10); y en el reino futuro como Rey (Mateo 24:27).
También era el Hijo de David, un título que lo vinculaba con su antecesor David y con las promesas reales que habían de ser cumplidas por el Mesías.
Pablo le llama hombre en 1 Timoteo 2:5.
E. Jesús tuvo una mente humana
El hecho de que Jesús «siguió creciendo en sabiduría » (Lc 2:52) nos dice que pasó por un proceso de aprendizaje como lo hacen todos los niños. Aprendió a comer, a hablar, a leer y escribir, y cómo ser obediente a sus padres (vea He 5:8). Este proceso de aprendizaje común a todos fue parte de la auténtica humanidad de Cristo.
También podemos ver que Jesús tuvo una mente como la nuestra cuando habla del día en que regresará a la tierra: «Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre» (Mr 13:32).
F. Jesús tuvo un alma humana y emociones humanas
Vemos varias indicaciones de que Jesús tuvo alma humana (o espíritu). Poco antes de su crucifixión, Jesús dijo: «Ahora todo mi ser está angustiado» Gn 12:27).Juan nos dice un poco después: «Dicho esto, Jesús se angustió profundamente» Gn 13:21). En ambos versículos la palabra angustiar representa al término griego “tarasso”, una palabra que se usa con frecuencia para referirse a personas con ansiedad o sorprendidos repentinamente por un peligro. 1
Además, antes de la crucifixión deJesús, al darse cuenta del sufrimiento que iba a enfrentar, dijo: «Es tal la angustia que me invade, que me siento morir» (Mt 26:38). Tan grande era la tristeza que sentía que parecía como que, si hubiera llegado a ser más fuerte, hubiera acabado con su vida. Jesús experimentó una gama completa de emociones. Se «asombró» de la fe del centurión (Mt 8: 10). Lloró con tristeza por causa de la muerte de Lázaro Gn 11:35). y oró con un corazón lleno de emoción, porque en «1os días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión» (He 5:7).
Además, el autor de Hebreos nos dice: «Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen» (He 5:8-9). Con todo, si Jesús nunca pecó, ¿cómo podía él «aprender obediencia»? Al parecer, al tiempo que Jesús crecía en madurez, como todos los demás niños humanos, fue capaz de desarrollar su responsabilidad moral. Cuanto mayor se hacía tantas más demandas podían sus padres exigirles en términos de obediencia, y más difíciles serían las tareas que su Padre celestial podía asignarles para llevarlas a cabo según las fuerzas de su naturaleza Humana. Con cada tarea que aumentaba en dificultad, incluso cuando involucraba algún sufrimiento (como He 5:8 especifica), la habilidad moral de Jesús, su capacidad de obedecer bajo circunstancias cada vez más difíciles se incrementaba.
Podemos decir que su «fibra moral» se fortalecía mediante ejercicio cada vez más difíciles. No obstante, en todo este proceso nunca pecó. La ausencia completa de pecado en la vida de Jesús es muy notable a causa de las severas tentaciones que enfrentó, no solo en el desierto, sino a lo largo de su vida. El autor de Hebreos afirma que Jesús fue «tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado» (He 4: 15). El hecho de que enfrentara tentaciones significa que tenía una naturaleza humana auténtica que podía ser tentada, porque las Escrituras claramente dicen que «Dios no puede ser tentado por el mal» (Stg 1:13).
Referencias:
1. La palabra tarasso, «angustiado», se usaba, por ejemplo, para hablar del hecho de que Herodes se «turbó. cuando se enteró de que los magos habían acudido a Jerusalén buscando al nuevo rey de los judíos (Mt 2:3); os discípulos se «aterraron» cuando vieron a Jesús caminando sobre las aguas del lago y pensaron que era un fantasma (Mt 14:26): Zacarías se «asustó» cuando de repente vio a un ángel aparecer en el templo en Jerusalén (Lc1:12); y los discípulos se «asustaron» cuando Jesús apareció repentinamente entre ellos después de la resurrección (Lc 24:38), Pero la palabra aparece también en Juan 14:1, 27, cuando Jesús dice: «No se angustien, Confíen en Dios., ,». Cuando Jesús estaba angustiado en su espíritu, no pensemos, por tanto, que era una falta de fe o que estaba afectado por algún pecado, era definitivamente una fuerte emoción humana que suele aparecer en momentos de gran peligro.
G. Las personas cercanas a Jesús le vieron solo como un hombre
Mateo nos informa de un incidente asombroso en medio del ministerio de Jesús. Aunque Jesús había recorrido toda Galilea ((enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente», de manera que le «seguían grandes multitudes» (Mt 4:23-25), cuando llegó a Nazaret, el pueblo donde se había criado, sus vecinos que le había conocido por tantos años no le recibieron: Cuando Jesús terminó de contar estas parábolas, se fue de allí. Al llegar a su tierra, comenzó a enseñar a la gente en la sinagoga, los que se preguntaban maravillados: ((¿De dónde sacó éste tal sabiduría y tales poderes milagrosos? ¿No es acaso el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María; y no son sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están con nosotros todas sus hermanas? ¿Así que de dónde sacó todas estas cosas? Y se escandalizaban a causa de él. Y por la incredulidad de ellos, no hizo allí muchos milagros (Mt 13:53-58).
Este pasaje nos indica que las personas que le conocieron mejor, los vecinos con los que había vivido y trabajado durante treinta años, solo le vieron como un hombre común y corriente, un buen hombre, sin duda, justo, amable y sincero, pero ciertamente no un profeta de Dios que pudiera hacer milagros, y desde luego no Dios mismo en la carne. Aunque en las secciones siguientes veremos cómo Jesús era completamente divino en todos los sentidos -que era verdaderamente Dios y hombre en una persona- debemos con todo reconocer toda la fuerza de un pasaje como este. Durante los primeros treinta años de su vida Jesús vivió una vida humana que era tan común y corriente que las personas de Nazaret que le conocían mejor se quedaron asombradas de que él pudiera enseñar con autoridad y obrar milagros. Ellos le conocían. Era uno de ellos. Era el «hijo del carpintero» (Mt 13:55), y él mismo era «el carpintero» (Mt 6:3), tan común y normal que se preguntaban: «¿Así que de dónde sacó todas estas cosas?» (Mt 13:56). Y Juan nos dice que «ni siquiera sus hermanos creían en él» Un 7:5).
¿Fue Jesús completamente humano? Era tan humano que los que vivieron y trabajaron con él durante treinta años, y aun sus hermanos que crecieron juntos bajo el mismo techo, no lo vieron más que como un buen ser humano. Aparentemente no tenían ni idea de que Dios se hubiera encarnado y viviera entre ellos.

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