Cristo Como Sacerdote (Los Oficios De Cristo)
Los
Oficios De Cristo
El profeta hablaba a los hombres de Dios; el
sacerdote habla de los hombres a Dios. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes
eran nombrados por Dios para ofrecer sacrificios. También ofrecían oraciones y
alabanzas a Dios en nombre del pueblo. Mediante su ministerio «santificaban» al
pueblo o le hacían aceptable para acercarse a la presencia de Dios, si bien es
cierto que de una forma limitada en el período del Antiguo Testamento. En el
Nuevo Testamento Jesús se convirtió en nuestro sumo sacerdote. Este tema lo
encontramos ampliamente desarrollado en la carta a los Hebreos, donde
encontramos a Jesús funcionando como sacerdote en dos maneras.
1. Jesús ofreció un sacrificio perfecto por el
pecado.
El
sacrificio que Jesús ofreció por los pecados no fue la sangre de los animales
como los toros o machos cabríos: «Ya que es imposible que la sangre de los
toros y de los machos cabríos quite los pecados» (He 10:4). En su lugar, Jesús
se ofreció a sí mismo en sacrificio: «Si así fuera, Cristo habría tenido que
sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario, ahora, al final
de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar
con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (He 9:26).
Fue un
sacrificio completo y definitivo, que nunca habrá que repetirse, tema en el que
con frecuencia se hace hincapié en el libro de Hebreos (vea 7:27; 9:12, 24-28;
10:1-2,10,12,14; 13:12). Por tanto, Jesús cumplió todas las expectativas que
fueron prefiguradas, no solo por los sacrificios del Antiguo Testamento, sino
también por medio de la vida y acciones de los sacerdotes que los ofrecían: él
fue a la vez el sacrificio y el sacerdote que ofrecía el sacrificio. Jesús es
ahora el «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos» (He 4:14) y el que
se ha presentado «ante Dios en favor nuestro» (He 9:24), puesto que él ha
ofrecido un sacrificio que acaba para siempre con la necesidad de otros
sacrificios.
2. Jesús continuamente nos lleva cerca de Dios.
Los
sacerdotes del Antiguo Testamento no solo ofrecían sacrificios, sino que
también en una forma representativa entraban a la presencia de Dios en fechas
determinadas a favor del pueblo. Pero Jesús hace mucho más que eso. Como nuestro
perfecto sumo sacerdote, nos lleva continuamente a la presencia de Dios de
forma que ya no tenemos necesidad de un templo como el de Jerusalén, ni de un
sacerdocio especial que esté entre Dios y nosotros. Y Jesús no entra a la parte
interior (el lugar santísimo) de un templo terrenal en Jerusalén, sino que ha
ido a lo que es equivalente al lugar santísimo en el cielo, a la misma
presencia de Dios en el cielo (He 9:24). Por tanto, tenemos la esperanza que le
seguiremos allí: «Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que
penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el
precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre» (He
6:19-20). Esto quiere decir que tenemos un privilegio mucho más grande que el
que tuvieron los creyentes que vivieron en los tiempos del templo del Antiguo
Testamento. Ellos ni siquiera podían entrar al primer cuarto en el templo, el
lugar santo, porque solo los sacerdotes podían entrar allí. Y solo el sumo
sacerdote podía entrar al cuarto más anterior del templo, es decir, al lugar
santísimo, y solo podía hacerlo una vez al año (He 9:1-7). Cuando Jesús ofreció
un sacrificio perfecto por los pecados, la cortina o velo del templo que
cerraba el lugar santísimo se rasgó de arriba abajo (Le 23:45), indicando de
esa forma simbólica en la tierra que el camino de acceso a Dios en el cielo
había quedado abierto mediante la muerte de Jesús el Cristo. Por tanto, el
autor de hebreos puede exhortar de esta manera tan asombrosa a todos los creyentes:
Así que,
hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el
Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de
la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote
al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero
y con la plena seguridad que da la fe. (He 10:19-22).
Jesús
abrió para nosotros el camino de acceso a Dios de manera que podamos
continuamente acercamos a la misma presencia de Dios sin temor, con «plena
libertad» y con la «plena seguridad que da la fe».
3. Como sumo sacerdote, Jesús intercede
continuamente por nosotros.
Otra de
las funciones sacerdotales en el Antiguo Testamento era la de orar a favor del
pueblo. El autor de hebreos nos dice que Jesús también cumple con esta función:
«Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él se
acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (He 7:25).
Pablo afirma lo mismo cuando dice que Cristo Jesús «está a la derecha de
Dios e intercede por nosotros» (Ro 8:34).
Algunos
han argumentado que esta actividad de intercesión como sumo sacerdote es solo
el acto de permanecer en la presencia del Padre como un recordatorio continuo
de que él ya ha pagado el castigo por todos nuestros pecados. Según este punto
de vista, Jesús no hace en realidad oraciones específicas a Dios el Padre sobre
necesidades individuales en nuestra vida, y que «intercede» solo en el sentido
de permanecer en la presencia de Dios como nuestro sumo sacerdote que nos
representa.
Sin
embargo, este punto de vista no parece coincidir con el vocabulario que se usa
en Romanos 8:34 y Hebreos 7:25. En ambos casos, la palabra intercede traduce el
término griego “entygcano”. La palabra no parece indicar
simplemente «estar ante alguien representando a otra persona», sino que tiene
claramente el sentido de hacer peticiones o solicitudes específicas delante de
alguien. Por ejemplo, Festo usa la palabra para decirle a Agripa: «Aquí tienen
a este hombre. Todo el pueblo judío me ha presentado una demanda contra él»
(Hch 25:24). Pablo también la usa en cuanto a Elías cuando «acusó a Israel
delante de Dios» (Ro 11:2). En ambos casos las peticiones son muy específicas,
no solo representaciones generales.1
Podemos
concluir, entonces, que tanto Pablo como el autor de hebreos están diciendo que
Jesús vive continuamente en la presencia de Dios para hacer peticiones
específicas y para llevar a Dios peticiones específicas a nuestro favor. Esta
es una función de Jesús, como Dios-hombre, para la que está singularmente
calificado. Aunque Dios se cuida de todas nuestras necesidades en respuesta a
su observación directa (Mt 6:8), no obstante, a Dios le ha placido en sus
relaciones con la raza humana, actuar más bien en respuesta a la oración,
porque, al parecer, él es glorificado mediante la fe que se muestra por medio
de la oración. Son especialmente agradables para él las oraciones de hombres y
mujeres creados a su imagen y semejanza.
En
Cristo, a un hombre verdadero y perfecto, que ora por nosotros y de ese modo
Dios es glorificado continuamente mediante la oración. Así nuestra condición
humana se eleva a una posición exaltada: «Hay un solo Dios y un solo mediador
entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 T. 2:5).
Pero solo
en su naturaleza humana Jesús no podía ser, por supuesto, un sumo sacerdote así
para todo su pueblo en todo el mundo. Él no podía oír las oraciones de personas
que estaban lejos, no podía escuchar las oraciones que eran solo dichas en la
mente de las personas. Él no podía oír todas las peticiones simultáneamente
(porque en el mundo en cualquier momento determinado hay millones de personas
que están orando a Jesús). Por tanto, a fin de ser el sumo sacerdote perfecto
que intercede por nosotros, él tiene que ser Dios además de hombre. Él tiene
que ser uno que en su naturaleza divina puede conocer todas las cosas y
llevarlas a la vez a la presencia del Padre. Con todo, debido a que se hizo
hombre y continúa siendo un hombre, tiene el derecho de representarnos ante
Dios y puede expresar su petición desde la perspectiva del sumo sacerdote
compasivo que conoce por experiencia lo que nosotros estamos pasando.
Por
tanto, Jesús es la única persona en todo el universo que puede por toda la
eternidad ser un sumo sacerdote celestial que es verdaderamente Dios y
verdaderamente hombre, exaltado para siempre sobre los cielos.
El
pensamiento de que Jesús está continuamente orando a nuestro favor debe darnos
gran aliento. Él siempre ora por nosotros conforme a la voluntad del Padre, de
manera que podamos saber que sus peticiones son concedidas.
Berkhof
dice: “Es un pensamiento consolador saber que Cristo está orando por nosotros,
incluso cuando somos negligentes en nuestra vida de oración; que está
presentando al Padre aquellas necesidades espirituales que no estaban presentes
en nuestra mente y que a menudo olvidamos incluir en nuestras oraciones; y que
ora por nuestra protección en contra de peligros de los que no estamos
conscientes, y en contra de enemigos que nos amenazan, aun cuando nosotros no
nos demos cuenta. Está orando que nuestra fe no cese y que salgamos al final
vencedores.
Referencias de esta sección:
1 La literatura fuera del Nuevo Testamento provee de otros ejemplos del
uso de entygchano que significa «presentar peticiones o solicitudes». Vea, p.
ej., Sab. 8:21 «<Recurrí al señor y le pedí, y dije con todo mi corazón»
(Biblia Jerusalén); 1 Mac. 8:32; 3 Mac. 6:37 (<<Ellos le pidieron al rey
que los enviara de regreso a su hogan); 1 Cle. 56:1; Eps. de Policarpo a
los Filipenses 4:3; Josefo, Antigüedades 12:18; 16:170 (los judíos de Cirene le
hicieron una petición a Marco Agripa en relación con personas en su tierra que
falsamente estaban recogiendo impuestos). Se pueden encontrar también otros
ejemplos (cf. también Ro 8:27, y usando una palabra relacionada, v. 26).
El Tipo de Sacerdocio de Cristo:
El hecho
de pertenecer a la tribu de Judá descalificaba a Cristo para ser un sacerdote
aarónico; por lo tanto, Dios hizo arreglos para otro orden de sacerdotes antes
de Su venida, el orden de Melquisedec; y Cristo es un sacerdote de ese orden
con respecto a Su persona y Su obra.
Sin
embargo, hay similitudes entre los sacerdotes aarónicos y Cristo como Sacerdote
tanto en Su personas como en Su obra.
A. Como Sacerdote aarónico
Un
sacerdote aarónico tenía que ser un hombre escogido por Dios y calificado para
Su obra (Levítico 21; Hebreos 5:1–7).
Nuestro
Señor, escogido, encarnado, y probado, llenaba los requisitos en Su persona
para ser un Sacerdote ministrador.
Los
sacerdotes aarónicos servían representando el pueblo ante Dios y especialmente
en ofrecer sacrificios. Sus sacrificios eran muchos, repetidos, no eternamente
eficaces en sí mismos. Sí hacían expiación por el pecado en el contexto de la
teocracia, pero el escritor de Hebreos clarifica que si éstos pudieran haber
efectuado satisfacción eterna por el pecado, no habría sido necesario
repetirlos año tras año (10:2–3). Por el contrario, el sacrificio de Sí mismo
de nuestro Señor, por nuestros pecados fue un solo sacrificio, una vez para
siempre, y por toda la humanidad. En ésta, Su gran obra de redención, realizó
un acto que fue prefigurado por la labor de los sacerdotes aarónicos, aunque El
no fue un sacerdote según el orden de Aarón.
B. Como Sacerdote del orden de Melquisedec
La
descripción de Melquisedec en Génesis 14:18–20 y Hebreos 7:1–3 parece
deliberadamente limitada a esas características que lo hacen semejante a
Cristo. La frase “hecho semejante” en 7:3 no es un adjetivo que pudiera indicar
que Melquisedec era como Cristo en su ser (lo que prestaría evidencia a la
interpretación de que él era una teofanía), sino un participio, que indica que
la semejanza se está estableciendo por la declaración del autor bíblico. Las
características de la descripción se limitan para que la semejanza pueda ser
más extensiva.
Los
rasgos del sacerdocio de Melquisedec incluyen los siguientes:
(1) Era
un sacerdocio real. Melquisedec era un rey tanto como un sacerdote. La unión de
estas dos funciones no se conocía entre los sacerdotes aarónicos, aunque fue
profetizada de Cristo en Zacarías 6:13.
(2) No se
relacionaba con la ascendencia. “Sin padre, sin madre” no significa que
Melquisedec no tenía padres, ni que él no nació, ni murió, sino solamente que
las Escrituras no contienen el archivo de estos eventos a fin de que él pudiera
ser hecho semejante a Cristo en forma más perfecta. Los sacerdotes aarónicos
dependían de su ascendencia para poder ejercer.
(3) No se
especificaba su tiempo, sin constancia de su principio o su fin para que
Melquisedec pudiera ser más semejante al Señor, que es Sacerdote para siempre
según el orden de Melquisedec.
(4) Era
superior al orden aarónico. Abraham, del cual vino el orden aarónico, reconoció
la superioridad de Melquisedec cuando le dio diezmos de lo que ganaron en la
guerra (Génesis 14:20). Leví, aunque no había nacido, y todos los sacerdotes
que descendieron de él estuvieron implicados en este acto que demostró la
superioridad de Melquisedec.
¿En qué
manera funciona Cristo como un sacerdote del orden de Melquisedec? Como
Melquisedec, El es un gobernante. Recibe nuestra reverencia. Nos bendice. Y
como Melquisedec le ofreció pan y vino a Abraham para confortarlo y sostenerlo
después de la batalla, así nuestro Señor como Sacerdote refresca y sostiene a
Su pueblo. El hizo esto, por ejemplo, con Esteban a la hora de su martirio.
Nuestro Señor se manifestó a Esteban para sostenerle (Hechos 7:55). El hace lo
mismo hoy en día con respecto a las iglesias locales mientras se pasea entre
los candeleros de oro (Apocalipsis 2:1). Su obra de redención ya está
terminada, así que El se ve sentado, lo que indica que nunca tendrá que
levantarse de nuevo para volver a efectuarla o para agregarle algo (Hebreos
1:3). Pero Su ministerio de ayudar y sostener continúa, así que El se ve de pie
para hacer esto. Tenemos un gran Sumo Sacerdote de pie y listo para venir en
ayuda de los que están siendo probados (2:18) y deseoso de dar gracia para
ayudar en tiempo de necesidad (4:16).
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