Sunday, November 16, 2014

EL SECRETO REVELADO

El secreto revelado NOVEMBER 13TH, 2014, AUTHOR: ADMIN, CATEGORIES: NOTICIAS El secreto revelado Para recuperar su poder perdido, la iglesia necesita ver a cielo abierto y tener una visión transformadora de Dios. Desde la perspectiva de la eternidad, la mayor necesidad de la época actual puede ser perfectamente que la Iglesia sea librada de su largo cautiverio babilónico y que el nombre de Dios sea en ella glorificado, como en el pasado. No debemos, sin embargo, pensar en la Iglesia como un cuerpo anónimo o una abstracción mística. Nosotros los cristianos somos la Iglesia, y aquello que hacemos es lo que la Iglesia está haciendo. La cuestión es, por lo tanto, personal, para cada uno de nosotros. Cualquier avance en la Iglesia deberá partir del individuo. ¿Qué podemos hacer nosotros, creyentes comunes, para traer de vuelta la gloria que se fue? ¿Hay algún secreto que podamos aprender? ¿Hay alguna fórmula para un reavivamiento personal que pueda ser aplicada a la presente situación, a nuestra propia situación? La respuesta es Sí. La respuesta, sin embargo, podrá decepcionar a algunas personas, porque no es profunda. No les traigo un criptograma esotérico, ni presento un código místico que precise ser cuidadosamente descifrado. No apelo a ninguna ley oculta del inconsciente, ni a ningún conocimiento escondido y conocido sólo por algunos iniciados. El secreto ya está revelado, y el peregrino puede leerlo fácilmente. Es simplemente el antiguo y siempre nuevo consejo: Conozca a Dios. Para recuperar su poder perdido, la Iglesia necesita ver a cielo abierto y tener una visión transformadora de Dios. Pero el Dios que debemos ver no es el dios utilitario tan popular hoy, cuyo principal atractivo es su capacidad de hacer que los hombres sean exitosos en sus diversas ocupaciones, y por esta razón está siendo adulado y lisonjeado por todo aquel que desea obtener un favor. Tenemos que aprender a conocer al Dios que es Majestad en los cielos, Padre omnipotente, Creador del cielo y la tierra, el único sabio Dios, nuestro Salvador. Es él quien se sienta sobre el círculo de la tierra, que extiende los cielos como una cortina y los desdobla como una tienda para su habitación; que llama las huestes de estrellas por sus nombres, por la grandeza de su poder; que no se fía en los príncipes y no busca en los reyes el consejo. No se puede tener conocimiento de tal Ser sólo por el estudio. Este conocimiento viene por una sabiduría desconocida del hombre natural, pues es espiritualmente que se discierne. Conocer a Dios es, al mismo tiempo, la cosa más fácil y la más difícil sobre la tierra. Es fácil porque el conocimiento no se obtiene por el duro esfuerzo mental, sino que es dado gratuitamente. Como la luz solar cae libremente sobre un campo abierto, el conocimiento del Dios santo es un don gratuito hecho a los hombres dispuestos a recibirlo. Pero, tal conocimiento es difícil porque existen condiciones que han de ser satisfechas y la naturaleza obstinada del hombre no las acepta con facilidad. Permítanme presentar un breve resumen de estas condiciones, como son enseñadas en la Biblia y repetidas a través de los siglos por algunos de los hombres más santos que el mundo ha conocido. Primero, abandonemos el pecado. La creencia en un Dios santo que no puede ser conocido por los hombres perversos no es novedad para la religión cristiana. El libro hebreo Sabiduría de Salomón, que antecede al cristianismo en muchos años, contiene el siguiente pasaje: Amad la justicia, los que juzgáis la tierra, pensad rectamente del Señor y con sencillez de corazón buscadle. Porque se deja hallar de los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfían de él. Pues los pensamientos tortuosos apartan de Dios y el Poder, puesto a prueba, rechaza a los insensatos. En efecto, en alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado; pues el Espíritu Santo que nos educa huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad. El mismo pensamiento es encontrado en diversos lugares de las Escrituras inspiradas, siendo las palabras de Jesús probablemente las más conocidas: Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. En segundo lugar, es preciso que haya una entrega completa de toda la vida, por la fe, a Cristo. Es eso lo que significa creer en Cristo. Implica una asociación con él, voluntaria y emotiva, acompañada del firme propósito de obedecerle en todo. Esto exige que cumplamos sus mandamientos, carguemos nuestra cruz, y amemos a Dios y a nuestro prójimo. En tercer lugar, debemos reconocer que morimos para el pecado y estamos vivos para Dios en Cristo Jesús; siguiéndose a eso una completa abertura de nuestra personalidad, tornándonos receptivos a la entrada del Espíritu Santo. Tendremos, entonces, que practicar la autodisciplina que el andar en el Espíritu requiere, y mortificar la concupiscencia de la carne. En cuarto lugar, debemos repudiar con vigor los valores mezquinos del mundo caído y desligarnos en espíritu de todo aquello que cautiva el corazón incrédulo, permitiéndonos sólo los placeres simples de la naturaleza que Dios otorga igualmente al justo y al injusto. En quinto lugar, debemos practicar el arte de la meditación larga y llena de amor sobre la majestad de Dios. Eso exigirá algún esfuerzo, (porque el concepto de la majestad casi desapareció de la raza humana). El foco de interés del hombre de hoy es su propia persona. El humanismo en sus diversas formas sustituyó la teología como clave para la comprensión de la vida. Cuando en el siglo XIX el poeta Swineburge escribió: Gloria al hombre en las alturas, porque el hombre es el Señor de las cosas, él dio al mundo moderno su Te Deum. Todo eso tiene que ser cambiado por un acto deliberado de la voluntad, y mantenido así a través de un paciente esfuerzo mental. Dios es una Persona y puede ser conocido en un grado siempre creciente de intimidad, a medida que preparamos nuestros corazones para el portento. Tal vez sea necesario cambiar algunas creencias anteriores que poseemos respecto de Dios, mientras la gloria que brilla en las Sagradas Escrituras pasa a manifestarse en nuestras vidas interiores. Tal vez tengamos también que separarnos graciosa y silenciosamente del textualismo sin vida que prevalece entre las iglesias evangélicas, y protestar contra el carácter frívolo de muchas cosas que pasan por cristianismo entre nosotros. Con eso tal vez perdamos amigos y ganemos una reputación temporaria de «santulones»; pero el hombre que se deje influenciar por la expectativa de consecuencias desagradables en una cuestión como esta, sería indigno del reino de Dios. En sexto lugar, a medida que el conocimiento de Dios se va tornando más maravilloso, se vuelve imperativo que nuestro servicio a nuestro prójimo aumente. Este bendito conocimiento no nos fue dado para que lo disfrutemos de modo egoísta. Cuanto más perfectamente conocemos a Dios, tanto más desearemos aplicar este nuevo conocimiento a obras de misericordia para con la humanidad sufriente. El Dios que todo nos dio continuará dando todo a través de nosotros, en la medida que vamos creciendo en su conocimiento. Nosotros consideramos hasta aquí la relación que existe entre el individuo y Dios; pero, como el perfume en la mano derecha, que se traiciona por su olor, cualquier conocimiento intensificado de Dios luego afectará a aquellos que nos rodean en la comunidad cristiana. Y debemos buscar deliberadamente compartir la luz que crece en nosotros con los demás miembros de la casa de Dios. La mejor manera de alcanzar ese objetivo es manteniendo la majestad de Dios en lugar destacado en todos nuestros cultos públicos. No sólo nuestras oraciones particulares deben alabar a Dios, sino nuestro testimonio, nuestro cántico, nuestra predicación y aquello que escribimos deberá centralizarse en la persona de nuestro santo, santo Señor; exaltando continuamente la grandeza de su dignidad y poder. Hay un hombre glorificado a la diestra de la Majestad en los Cielos; representándonos fielmente allí. Fuimos dejados por un tiempo entre los hombres; vamos a representarlo fielmente aquí.

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